lunes, 24 de diciembre de 2012

Las dificultades de la Adolescencia


La adolescencia comienza en la pubescencia, luego de la latencia
La Adolescencia desde el Psicoanálisis
La teoría psicoanalítica sostiene que la adolescencia es un fenómeno genético y universal.
Durante la pubescencia se producen los cambios corporales asociados con las funciones propias de la reproducción y al mismo tiempo se activa el instinto sexual, elemento psicológico correspondiente a las energías libidinales que necesitan la descarga de la tensión, junto con otros fenómenos típicos de esta etapa.
Los cambios fisiológicos que se producen en esta etapa se relacionan con los procesos corporales por un lado y con cambios psicológicos y de la autoimagen por otro.
Durante la adolescencia la agresividad y la torpeza se relacionan con los cambios fisiológicos y por otra parte, la nueva imagen corporal exige un cambio de relaciones sociales.
Por lo tanto, el adolescente debe enfrentar en esta etapa: un nuevo grupo social debido a su nueva estructura corporal, la resolución del complejo de Edipo; posiblemente un breve período homosexual; y finalmente el acceso a una relación heterosexual normal.
Estos cambios fisiológicos traen aparejadas perturbaciones emocionales, en particular aumentando las emociones negativas como la depresión, la ansiedad, la pereza, el estrés y la agresividad.
Según esta teoría, los primeros cinco años de individuo son cruciales para la formación de la personalidad que se concreta durante la crisis de la pubescencia y que depende de su resultado.
Freud no manifestó marcado interés en esta etapa de la vida debido a su idea revolucionaria de que la sexualidad comienza en la primera infancia y no en la pubertad; y que la capacidad de amar y la normalidad o anormalidad están determinadas por las experiencias de las etapas pregenitales.
En la pubertad se instaura la supremacía de la zona genital y el objetivo de la reproducción y se manifiesta por la excitación de la zona erógena, por la intensa tensión interior y la urgente necesidad de descarga y por la gran excitación sexual psicológica que lleva a la masturbación debido al gran poder del impulso y la obvia imposibilidad de solucionarlo adecuadamente.
Los problemas de adaptación de un adolescente son comunes ya que la sexualidad se opone a su seguridad, por lo tanto en esta etapa pueden surgir síntomas histéricos y neuróticos y hasta enfermedades mentales graves.
El impulso sexual aumentado durante este período revive la tendencia hacia los objetos incestuosos provocando una segunda situación edípica, aunque mitigadas por el desarrollo del Superyo que reprimirá esas tendencias.
Freud señala que pueden darse algunas situaciones peligrosas para el desarrollo psicosexual. En primer lugar los lazos muy estrechos con personas del mismo sexo que puede fomentar la inversión del objeto sexual y luego, la dependencia que lo vinculan a sus padres.
Este desprendimiento emocional es necesario y se manifiesta con rechazo, resentimiento y hostilidad, no sólo frente a los padres sino también contra toda forma de autoridad.
Resumiendo, para el Psicoanálisis, el objetivo fundamental del adolescente es lograr la primacía genital y el logro de un vínculo con un objeto no incestuoso. (Objeto para el Psicoanálisis quiere decir persona significativa)
La teoría Psicoanalítica se destaca por el énfasis que atribuye a los factores biológicos, principalmente por la utilización del concepto de instinto. Sin embargo la influencia de factores sociales nunca ha sido desestimada por Freud ni negada su importancia.
El instinto de reproducción se relaciona con la energía que denomina libido, que consiste en un impulso hacia el placer o instinto de vida.
El desarrollo del Superyo, o conciencia moral, permite el desarrollo de los conceptos morales y las aspiraciones personales según la cultura.
Para Freud, este proceso evolutivo, principalmente en la etapa de latencia y de pubescencia representa una lucha energética entre las fuerzas instintivas que denomina Ello, y las fuerzas socialmente adoptadas o conciencia moral del Superyo.
Desde este encuadre, cada etapa psicosexual, desde la infancia, persiste y se agrega a las posteriores integrándose, de modo que el autoerotismo, el narcisismo y el amor objetal pueden coexistir en un individuo.


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"El sufrimiento ni te hace más sabio ni mejor persona"


"El sufrimiento ni te hace más sabio ni mejor persona"

24/12/2012 - 00:00
"El sufrimiento ni te hace más sabio ni mejor persona"
Foto: Jordi Play
Instinto de felicidad
Cuando cayeron las Torres Gemelas, Rojas Marcos dirigía el Sistema de Sanidad y Hospitales Públicos de Nueva York. "Me he pasado media vida en los hospitales y lo que he visto en las personas que sufren y en mí mismo es que la mayoría nos las arreglamos y protegemos nuestra satisfacción con la vida en general". De eso habla su último libro, Secretos de la felicidad (Espasa), del instinto de felicidad. Ameno y cariñoso, Rojas Marcos es un psiquiatra que ha llegado a lo más alto en EE.UU. Posiblemente porque es un médico atípico, que no sienta cátedra, que explica sin complejos sus dificultades y reconoce la ayuda que a lo largo de su vida ha podido recibir.
Esta mañana hablaba con el camarero sobre la crisis.

Un tema recurrente.
Su análisis era tremendo, pero cuando le pregunté: "¿Y tú cómo lo llevas?", me dijo que él bien, que tenía trabajo y novia.

También hay quien se suicida.
Sí, pero en general existe una manifiesta dicotomía entre la satisfacción personal con la vida de cada cual cuando analiza sus propias circunstancias, y los temas angustiantes de la sociedad que invaden los medios de comunicación y las tertulias.

¿Somos secretamente felices?
Tenemos un mecanismo genético que protege nuestro estado de ánimo; recurrimos a comparaciones que nos favorecen: "Yo estoy en paro, pero fulanito tiene un cáncer", y diversificamos nuestras parcelas de satisfacción: "Esto me va mal, pero esto bien".

Se ha atrevido a escribir un libro sobre la felicidad.
Sí, porque cada día me llama más la atención la capacidad del ser humano de mantenerse contento a pesar de situaciones terribles. La satisfacción con la vida es algo que protegemos inconscientemente y que nos hace seguir pensando que la vida merece la pena, es genético.

Explíquemelo en su propia piel.
Estoy sorprendido de cómo he podido superar las dificultades. Fui un hiperactivo sin diagnosticar, siempre en el último banco de la clase porque no había profesor que me aguantara. A los 14 años me enviaron a un colegio de cateados. La directora, doña Dolina, decidió sentarme en primera fila, y eso cambió mi destino: empecé a aprobar.

¿Y cómo evolucionó?
Pese a mi mal oído, mi madre me hizo estudiar piano, de ahí pasé a la batería y con 17 años tenía un cuarteto.

Y las chicas le hacían ojitos.
Sí, y así conseguí proteger mi autoestima, pero seguía teniendo gastritis. Mi padre era de derechas y mi hermano de izquierdas y yo somatizaba el conflicto. Decidieron enviarme a casa de una señora en un pueblo en Francia para que aprendiera el idioma. La señora me hacía tortillas de pimientos que me sentaban estupendamente.

Ahí no había conflicto.
... Y seguí marchándome, me fui a Nueva York sin saber inglés, pero siempre ha salido alguien que me ha ayudado, y yo he sabido aceptar la ayuda. Y le explico tantas cosas porque pienso que cuanto más hablamos más vivimos, y como me ha dado la oportunidad...

Estoy encantada.
Narrar lo que sientes te obliga a organizar tu historia, rebaja la intensidad emocional y alarga la vida. Y si encima hay alguien que te escucha y se solidariza contigo...

¿Y si no hay nadie?
Escríbelo. No tener una explicación para lo que nos ocurre lo llevamos muy mal, el cerebro no acepta el vacío.

Según como te cuentes tu tragedia, ¿la vida y tu salud tomarán un rumbo u otro?
Así es, si yo llego de mal humor a casa y mi mujer me dice: "Luis, has debido de tener un mal día en el trabajo", es decir, que no es culpa mía sino del trabajo, me da la opción de que todo cambie. Pero si me dice: "Tienes un carácter que no hay quien te aguante"...

Hay una cita en su libro: "Mi vida no tiene propósito, ni dirección, ni finalidad, ni significado...
... y a pesar de todo soy feliz".

Pues todos los psicólogos dicen que sin dirección no vas a ningún sitio.
Igual que hay un instinto de supervivencia, está el que nos lleva a proteger la satisfacción con la vida. Creer que ejerces cierto control sobre tu vida aumenta las posibilidades de superar enfermedades y crisis, lo opuesto a "que sea lo que Dios quiera".

Hay que luchar contra viento y marea.
Pensar que puedes hacer algo por mejorar tu vida ayuda incluso en situaciones en las que no puedes hacer mucho.

Según sus estudios, tener pareja es una de las principales fuentes de dicha, pero también es lo más conflictivo.
Hay exigencias culturales que son muy poco realistas, y que crean unas expectativas que nos hacen sufrir. Si te casas pensando que es para toda la vida y resulta que no es así, te sientes fracasado y frustrado. Si la sociedad aceptara que vamos a estar juntos mientras la relación tenga sentido, nos sentiríamos menos presionados.

Somos supervivientes.
Lo raro en esta vida es no tener problemas. De media tenemos dos grandes tragedias en la vida. Y la idea de que crecemos con el sufrimiento es absurda.

¿No te hace más sabio?
Ni mejor persona. El sufrimiento interfiere en todo y no sirve para nada. Lo que ocurre es que a veces nos hace descubrir aspectos de nosotros mismos que no conocíamos pero estaban ahí.

Mejor la introspección.
Sí, observarse a uno mismo y estar abierto a las respuestas de los demás, conocer lo que nos gusta y lo que no y nuestras limitaciones. Y hay que ser consciente del impacto que tenemos en los demás.
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domingo, 2 de diciembre de 2012

El Sistema Limbico: Las Emociones


El sistema límbico está compuesto por un conjunto de estructuras cuya función está relacionada con las respuestas emocionales, el aprendizaje y la memoria. Nuestra personalidad, nuestros recuerdos y en definitiva el hecho de ser como somos, depende en gran medida del sistema límbico.

Los componentes de este sistema son: amígdala, tálamo, hipotálamo, hipófisis, hipocampo, el área septal (compuesta por el fórnix, cuerpo calloso y fibras de asociación), la corteza orbitofrontal y la circunvolución del cíngulo.

El sistema Limbico

EL CEREBRO EMOCIONAL
  El cerebro humano está formado por varias zonas diferentes que evolucionaron en distintas épocas. Cuando en el cerebro de nuestros antepasados crecía una nueva zona, generalmente la naturaleza no desechaba las antiguas; en vez de ello, las retenía, formándose la sección más reciente encima de ellas.
Esas primitivas partes del cerebro humano siguen operando en concordancia con un estereotipado e instintivo conjunto de programas que proceden tanto de los mamíferos que habitaban en el suelo del bosque como, más atrás aún en el tiempo, de los toscos reptiles que dieron origen a los mamíferos.
La parte más primitiva de nuestro cerebro, el llamado'cerebro reptil', se encarga de los instintos básicos de la supervivencia -el deseo sexual, la búsqueda de comida y las respuestas agresivas tipo 'pelea-o-huye'.
En los reptiles, las respuestas al objeto sexual, a la comida o al predador peligroso eran automáticas y programadas; la corteza cerebral, con sus circuitos para sopesar opciones y seleccionar una línea de acción, obviamente no existe en estos animales.
Sin embargo, muchos experimentos han demostrado quegran parte del comportamiento humano se origina en zonas profundamente enterradas del cerebro, las mismas que en un tiempo dirigieron los actos vitales de nuestros antepasados.
'Aun tenemos en nuestras cabezas estructuras cerebrales muy parecidas a las del caballo y el cocodrilo', dice el neurofisiólogo Paul MacLean, del Instituto Nacional de Salud Mental de los EE.UU.
Nuestro cerebro primitivo de reptil, que se remonta a más de doscientos millones de años de evolución, nos guste o no nos guste reconocerlo, aún dirige parte de nuestros mecanismos para cortejar, casarse, buscar hogar y seleccionar dirigentes. Es responsable de muchos de nuestros ritos y costumbres (y es mejor que no derramemos lágrimas de cocodrilo por esto).
EL SISTEMA LÍMBICO O CEREBRO
       EMOCIONAL
El sistema límbico, también llamado cerebro medio, es la porción del cerebro situada inmediatamente debajo de la corteza cerebral, y que comprende centros importantes como el tálamo, hipotálamo, el hipocampo, la amígdala cerebral (no debemos confundirlas con las de la garganta).
Estos centros ya funcionan en los mamíferos, siendo elasiento de movimientos emocionales como el temor o la agresión.
En el ser humano, estos son los centros de la afectividad, es aquí donde se procesan las distintas emociones y el hombre experimenta penas, angustias y alegrías intensas
El papel de la amígdala como centro de procesamiento de las emociones es hoy incuestionable. Pacientes con la amígdala lesionada ya no son capaces de reconocer la expresión de un rostro o si una persona está contenta o triste. Los monos a las que fue extirpada la amígdala manifestaron un comportamiento social en extremo alterado: perdieron la sensibilidad para las complejas reglas de comportamiento social en su manada. El comportamiento maternal y las reacciones afectivas frente a los otros animales se vieron claramente perjudicadas.
Los investigadores J. F. Fulton y D. F. Jacobson, de laUniversidad de Yale, aportaron además pruebas de que la capacidad de aprendizaje y la memoria requieren de una amígdala intacta: pusieron a unos chimpancés delante de dos cuencos de comida. En uno de ellos había un apetitoso bocado, el otro estaba vacío. Luego taparon los cuencos. Al cabo de unos segundos se permitió a los animales tomar uno de los recipientes cerrados. Los animales sanos tomaron sin dudarlo el cuenco que contenía el apetitoso bocado, mientras que los chimpancés con la amígdala lesionada eligieron al azar; el bocado apetitoso no había despertado en ellos ninguna excitación de la amígdala y por eso tampoco lo recordaban.
El sistema límbico está en constante interacción con la corteza cerebral. Una transmisión de señales de alta velocidad permite que el sistema límbico y el neocórtex trabajen juntos, yesto es lo que explica que podamos tener control sobre nuestras emociones.
Hace aproximadamente cien millones de años aparecieron los primeros mamíferos superiores. La evolución del cerebro dio un salto cuántico. Por encima del bulbo raquídeo y del sistema límbico la naturaleza puso el neocórtex, el cerebro racional.
A los instintos, impulsos y emociones se añadió de esta forma la capacidad de pensar de forma abstracta y más allá de la inmediatez del momento presente, de comprender las relaciones globales existentes, y de desarrollar un yo consciente y una compleja vida emocional.
Hoy en día la corteza cerebral, la nueva y más importante zona del cerebro humano, recubre y engloba las más viejas y primitivas. Esas regiones no han sido eliminadas, sino que permanecen debajo, sin ostentar ya el control indisputado del cuerpo, pero aún activas.
La corteza cerebral no solamente ésta es el área más accesible del cerebro: sino que es también la más distintivamente humana. La mayor parte de nuestro pensar o planificar, y del lenguaje, imaginación, creatividad y capacidad de abstracción, proviene de esta región cerebral.
Así, pues, el neocórtex nos capacita no sólo para solucionar ecuaciones de álgebra, para aprender una lengua extranjera, para estudiar la Teoría de la Relatividad o desarrollar la bomba atómica. Proporciona también a nuestra vida emocional una nueva dimensión.
Amor y venganza, altruismo e intrigas, arte y moral, sensibilidad y entusiasmo van mucho más allá de los rudos modelos de percepción y de comportamiento espontáneo del sistema límbico.
Por otro lado -esto se puso de manifiesto en experimentos con pacientes que tienen el cerebro dañado-, esas sensacionesquedarían anuladas sin la participación del cerebro emocional. Por sí mismo, el neocórtex sólo sería un buen ordenador de alto rendimiento.
Los lóbulos prefrontales y frontales juegan un especial papel en la asimilación neocortical de las emociones. Como'manager' de nuestras emociones, asumen dos importantes tareas:
·     En primer lugar, moderan nuestras reacciones emocionales, frenando las señales del cerebro límbico.
·     En segundo lugar, desarrollan planes de actuación concretos para situaciones emocionales. Mientras que la amígdala del sistema límbico proporciona los primeros auxilios en situaciones emocionales extremas, el lóbulo prefrontal se ocupa de la delicada coordinación de nuestras emociones.
Cuando nos hacemos cargo de las preocupaciones amorosas de nuestra mejor amiga, tenemos sentimientos de culpa a causa del montón de actas que hemos dejado de lado o fingimos calma en una conferencia, siempre está trabajando también el neocórtex.  

El Cerebro Reptiliano


El cerebro reptiliano, reptilian o primitivo, es el básico o el instintivo en el ser humano. Es   el que actúa cuando nos ocupamos de cosas puntuales como fregar, lavar o coser. Es la parte más antigua del cerebro, es más, es el primero que la naturaleza nos proporcionó junto con los reptiles, hace unos 500 millones de años. 
Los reptiles son las especies animales con el menor desarrollo del cerebro. El suyo, está diseñado para manejar la supervivencia y en dos extremos: huir o pelear, con muy poco o ningún proceso sentimental. Tiene un papel muy importante en el control de la vida instintiva.
Este cerebro no está en capacidad de pensar, ni de sentir; su función es la de actuar, cuando el estado del organismo así lo demanda.
El complejo reptiliano comprende las conductas que se asemejan a los rituales animales como el anidarse o aparearse y las conductas impulsivas de defensa y ataque.
Cuando este cerebro ha sido activado en la primera infancia debido al maltrato o a climas emocionales de violencia; y probablemente cuando llegue la persona a la adultez será una persona necesitada de drogas para calmarse, un suicida, un violento o un delincuente.
Se trata de un tipo de conducta instintiva programada y poderosa, por lo tanto, es muy resistente al cambio. Es el impulso por la supervivencia: comer, beber, temperatura corporal, sexo, territorialidad, necesidad de cobijo, protección.
Nos sitúa en el puro presente, sin pasado y sin futuro, por lo que es incapaz de aprender o anticipar. En el cerebro reptiliano se procesan las experiencias primarias, no verbales, de aceptación o rechazo.
Es un cerebro funcional, territorial, responsable de conservar la vida, no piensa ni siente emociones, es pura impulsividad y es el  capaz de cometer las mayores atrocidades.

sábado, 20 de octubre de 2012

La Emoción es la manera de Evaluar las situaciones


La emoción es la manera que tenemos de evaluar situaciones. Tendemos a creer que el pensamiento refl exivo es la manera más efi caz de que disponemos para evaluar situaciones y tomar las decisiones consecuentes. Hasta hace poco no se nos ha hecho evidente que las emociones son herramientas muy poderosas, más sutiles y más rápidas que el pensamiento reflexivo, para tomar decisiones. Por eso, la expresión «inteligencia emocional» se ha vuelto tan popular recientemente. A menudo, 
después de pensar mucho en algo, de darle muchas vueltas, acabamos exclamando: «ya no sé qué pensar, pero lo que a mí me sale hacer es...». Y acabamos haciendo lo que nos sale, es decir, acabamos siguiendo el impulso emocional que sentimos. Nuestras emociones determinan las decisiones más importantes de nuestra vida: nuestra elección de pareja, 
de profesión, del lugar donde vivir, los amigos de quienes nos rodeamos, etc. Que nuestra vida sea plena o vacía (términos que me parecen más adecuados que feliz e infeliz) también dependerá de nuestras reacciones emocionales. Un paciente deprimido que no se puede levantar de la cama es alguien que ha evaluado emocionalmente que lo que le espera durante el día que tiene por delante no presenta ningún atractivo. ¿Cómo podemos ayudar a este paciente a cambiar su evaluación emocional? En cada familia rigen unas convicciones emocionales no conscientes y nunca habladas que determinan qué se puede sentir y qué no se puede sentir. Por poner un ejemplo bien sencillo: en ciertas familias sus miembros pueden llorar juntos, en otras, cada uno se esconde para llorar a solas y, en otras, nadie ha tenido casi nunca la experiencia de llorar. El pensamiento y la reflexión suelen tener una eficacia limitada a la hora de modificar estas convicciones emocionales y nuestra forma automática de reaccionar emocionalmente. Los argumentos racionales tienen poca capacidad de generar estados emocionales distintos. Para aprender 
a montar en bicicleta, las explicaciones verbales sobre cómo debemos posicionar nuestro cuerpo tendrán una utilidad muy limitada. Con las emociones ocurre lo mismo: las reflexiones verbales sobre cómo nos conviene emocionarnos nos servirán de muy poco. En cambio, nuevas relaciones (o nuevas formas de relacionarnos) nos suministrarán nuevas formas de conectar emocionalmente y nuevas formas de reaccionar emocionalmente.Hace treinta años que trabajo para ayudar a los pacientes a cambiar su forma de sentir. Aparentemente, mis pacientes y yo nos reunimos para hablar y refl exionar. Pero lo que fi nalmente resultará determinante será que consigamos crear una atmósfera donde ellos puedan llegar A menudo, la forma de reaccionar emocionalmente que hemos aprendido desde niños nos será útil para toda la vida. Sin embargo, en ocasiones las circunstancias familiares o sociales de nuestra infancia hacen 
que las emociones que aprendimos en el pasado nos sean poco útiles en 
la actualidad. Un síntoma psicológico es siempre un intento de resolver 
un problema. Por ejemplo, la tendencia de un niño al aislamiento puede ser una buena forma de protegerse de unos padres poco empáticos. 
Ahora bien, cuando este niño se convierta en adulto, es decir, cuando 
alcance la capacidad de elegir su entorno relacional, el aislamiento le 
será muy poco útil. Entonces necesitará cambiar su tendencia espontánea hacia el aislamiento, es decir, su forma automática de reaccionar 
emocionalmente.
El libro que tenéis en las manos trata las siguientes cuestiones: cómo 
se forma nuestra forma espontánea y no voluntaria de reaccionar emocionalmente, cómo podemos cambiar esta manera automática de emocionarnos y cuál es el papel de la conexión emocional en estos procesos. 
Todo lo que encontraréis en este libro es el resultado de lo que he aprendido de mis pacientes, primero niños y luego adultos, durante mis treinta años de experiencia profesional. Todo lo que cuento es fruto de la 
experiencia: por un lado, la de haber luchado durante todo este tiempo 

Aunque mi formación de base es psicoanalítica, a menudo me ha 
resultado útil estudiar otras disciplinas, como las neurociencias, la biología de la evolución o la investigación en primera infancia, entre otras. 
Poco a poco, los psicoanalistas estamos aprendiendo a contrastar nuestras teorías con otras disciplinas y a emplear conocimientos y descubrimientos de otras disciplinas como punto de partida para nuestras 
investigaciones. En este sentido, el lector encontrará también en este 
libro un poco de información sobre cómo procesa nuestro cerebro las 
emociones (neurociencias); sobre cómo hemos evolucionado los humanos a partir de nuestros antepasados, es decir, de los primates en general 
y de los grandes simios en particular (biología de la evolución); y sobre 
cómo empieza a relacionarse el bebé con los adultos que lo rodean y 
cómo a partir de estas relaciones tan tempranas el pequeño empieza a 
aprender qué puede esperar de los otros y qué puede esperar de sí mismo 
(investigación en primera infancia).
A mi parecer, la psicoterapia es una carrera de fondo. En el terreno 
de las emociones los cambios se producen con lentitud. Desde niños MUESTRA EDITORIAL
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1 .   P A R A   S I T U A R   A L   L E C T O R   A N T E S   D E   E M P E Z A R
aprendemos qué podemos sentir y qué sentimientos, en cambio, no serán bien recibidos por parte de nuestro entorno y, por lo tanto, deberemos esconder, con frecuencia, hasta a nosotros mismos. Hay también 
otros sentimientos a los que no tenemos acceso: son emociones que no 
sabemos si existen, por la sencilla razón de que son sentimientos que 
nunca han circulado en el mundo en que hemos vivido (nuestra familia, 
nuestros amigos, nuestra cultura). Por otro lado, en función de nuestra 
programación genética y de cómo la experiencia ha ido organizando la 
anatomía de nuestro cerebro, podemos tener cierta predisposición a sentir determinadas emociones. La forma en que hemos aprendido a sentir 
no será fácil de cambiar. 
A veces, los psicoanalistas no podemos ayudar mucho, pero en situaciones límite una mínima ayuda puede signifi car mucho: una simple 
botella de agua en el desierto puede ser una cuestión de vida o muerte. 
A menudo, en el trabajo con pacientes pasamos por periodos de estancamiento, o incluso de empeoramiento, y fi nalmente descubrimos que 
se trata de estaciones de paso inevitables para llegar al fi nal deseado. Sin 
embargo, estos retrocesos también pueden ser indicadores de que nos 
estamos equivocando, por ejemplo, porque estamos malinterpretando 
al paciente. Otras veces suponemos que una idea brillante que se nos ha 
ocurrido le ha resultado muy útil a un paciente, mientras que, en realidad, lo que le ha ayudado es que lo hemos escuchado con mucho interés. 
En resumen, generalmente la tarea de conseguir cambiar la forma 
de sentir de los pacientes es lenta y difi cultosa, pero también es verdad 
que en determinadas ocasiones, aunque no en muchas, una pequeña 
observación desde la perspectiva del terapeuta puede desencadenar una 
secuencia de cambios de gran trascendencia para el paciente. Me gustaría resaltar que los factores que determinan la forma particular de cada 
uno de vivir las emociones es el resultado de un proceso muy complejo 
y que, por ello, hay que recorrer también un camino muy complejo para 
llegar a descubrir en qué consiste esta forma de sentir. Los terapeutas, 
como cualquier otro profesional, necesitamos sentirnos útiles y efi cientes en nuestro trabajo y, a veces, esto nos impulsa a tener demasiada 
prisa para llegar a conclusiones. 
Lo que más valora un paciente de un terapeuta es que éste sea honesto, que tolere la incertidumbre de no saber y la vergüenza de equivocarse, y que también sea capaz de mantener de forma auténtica y sin 
simulaciones una actitud de interés y de esperanza en el cambio. Este 
libro pretende ser coherente con esta convicción: lo que más agradecerá MUESTRA EDITORIAL
L A   C O N E X I Ó N   E M O C I O N A L
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el lector es que se haya escrito desde la autenticidad, a partir de mi experiencia durante estos treinta años de ejercicio profesional y con la idea de 
no ofrecer ni simplifi caciones engañosamente seductoras para el lector, 
ni determinadas teorías clásicas que suelen darse por ciertas pero que en 
mi experiencia particular no han demostrado ser útiles.
Un poco de historia personal
Un poco de mi historia personal ayudará al lector a entender mejor de 
dónde surge todo lo que iré explicando. De hecho, esta es una de las 
ideas que repetiré varias veces a lo largo de estas páginas: para entender 
mejor la forma de pensar y de sentir de una persona es preciso empezar 
por situarla en su contexto.
Estudié medicina en la Universidad Autónoma de Barcelona. Tuve la 
suerte de que en el año 1970, cuando empecé, la Facultad de Medicina 
de la Autónoma acababa de nacer. Mi curso fue la tercera promoción 
de la Facultad. No éramos muchos en clase, la mayoría de los profesores 
empezaban su nueva tarea con ilusión, y lo que era aún más importante, 
desde primer curso ya teníamos contacto con pacientes.
Mientras estudiaba medicina empecé a sentir un interés progresivo 
por la psiquiatría, así que, cuando terminé, me especialicé en psiquiatría 
en el Servicio de Psiquiatría Infantil que el Dr. Josep Tomás dirigía en 
el Hospital antiguamente llamado Francisco Franco (el actual Hospital 
Vall d’Hebron de Barcelona). Por aquellos tiempos la psicofarmacología 
apenas se utilizaba en psiquiatría infantil (a diferencia de lo que sucede 
actualmente), de modo que enseguida me fui centrando en la formación 
en psicoterapia. 
Poco después de terminar la especialidad empecé la formación en 
psicoanálisis con Ferran Angulo, quien por aquel entonces era el jefe del 
Servicio de Psiquiatría del hospital Sant Joan de Déu. Angulo era un 
hombre carismático que causaba una gran impresión en los jóvenes que, 
como yo, estábamos interesados en formarnos como psicoanalistas. Él 
se había formado en la Sociedad Psicoanalítica de París y se relacionaba 
a menudo con analistas de la denominada Escuela de Psicosomática de 
París. Muchos de ellos visitaban Barcelona con frecuencia, donde impartían clases y seminarios. Quedé absolutamente deslumbrado. 
Era una época en que muchos psicoanalistas de Argentina llegaban a 
Barcelona, huyendo de la terrorífi ca persecución de las dictaduras militares. De esta forma, alrededor de Angulo se empezó a crear un círculo 
de analistas argentinos de gran valor. Empecé mi análisis personal con 
uno de ellos: Valentín Barenblit, un hombre entrañable con quien me 
psicoanalicé durante nueve años, acudiendo a su consulta tres veces a 
la semana. Me ayudó mucho. Para el lector que esté poco familiarizado 
con este ámbito, diré que el análisis personal es uno de los tres pilares 
básicos en la formación de un psicoanalista. Los otros dos pilares son 
los seminarios teóricos y la supervisión de pacientes con analistas que 
cuenten con más experiencia. 
Tuve la gran suerte de vivir la eclosión de Internet en los años noventa, cosa que me permitió poder seguir el desarrollo de las distintas perspectivas psicoanalíticas que iban surgiendo en todo el mundo. 
Enseguida sentí un especial interés por algunos grupos psicoanalíticos 
norteamericanos. Empecé a asistir a los seminarios que organizaban, a 
participar en congresos y a invitarlos a impartir cursos en Barcelona. 
Muchas de las ideas que aquí expreso han surgido de mi interacción 
con algunos de ellos.
A menudo, la imagen que se tiene a nivel popular del psicoanálisis es 
de algo que sólo practican los intelectuales esnobs y algo raros. Existe 
la creencia de que el psicoanálisis está más presente en las películas que 
en la realidad cotidiana. «Yo creía que esto del diván sólo salía en las 
películas», me dijo en una ocasión un paciente al entrar por primera 
vez a mi consulta. Espero que este libro ayude al lector a formarse una 
idea más precisa de cómo trabaja un psicoanalista y de cómo afronta el 
sufrimiento emocional de la gente corriente. 
También está bastante extendido el malentendido de que las personas que siguen un tratamiento psicoanalítico son intelectuales con ansias de conocer su inconsciente; en realidad, las personas que invierten 
tiempo (y también dinero) en seguir un tratamiento psicoanalítico es 
porque sufren emocionalmente y, fi nalmente, terminan descubriendo, 
a veces tras haber probado otras alternativas, que conocerse a uno mismo es una forma muy razonable, o de sentido común, para combatir el 
dolor mental. 
En mi opinión, la comunidad psicoanalítica ha tenido múltiples di-
fi cultades para criticar y renovar aquellas teorías clásicas que en la práctica no se han confi rmado. Seguramente a ello se debe la existencia de 
la visión generalizada del psicoanálisis como algo anticuado o esotérico. 
Espero poder mostrar, a través de los numerosos ejemplos de mi práctica cotidiana, que lo que sucede en una psicoterapia es algo perfectamente razonable y comprensible sin necesidad de recurrir a especulaciones 
alejadas de la experiencia.
Por este motivo, he querido empezar explicando que lo que se relata 
en este libro es el resultado de mi práctica cotidiana con mis pacientes: 
las muchas horas al día durante muchos años escuchando a pacientes, 
que me ha proporcionado una perspectiva de cómo funcionan los humanos, junto con las muchas horas de estudio buscando la mejor forma 
de entenderlos y de ayudarles a cambiar, es lo que ha forjado mis convicciones sobre qué teorías encajan con la experiencia y qué especulaciones 
resultan poco útiles. Lo que el lector encontrará a continuación es, en 
defi nitiva, el resultado de mi experiencia.

Algunas nociones básicas sobre 
qué es una psicoterapia
Antes de adentrarnos en lo que he aprendido sobre el mundo emocional 
de los humanos, querría que el lector poco familiarizado con el trabajo de 
psicoterapeuta que realizo se haga una idea de en qué consiste. De esta 
forma, entenderá mejor de dónde he sacado todo lo que cuento. Para 
empezar, explicaré brevemente y a nivel práctico qué es una psicoterapia: hablaré de qué se suele hacer en una sesión, con qué frecuencia, 
cuándo se utiliza el diván y cuestiones similares. A continuación expondré por encima y mediante un ejemplo para qué sirve una psicoterapia y 
de qué forma ayuda al paciente a cambiar psíquicamente.
En primer lugar diré que, en una psicoterapia de orientación psicoanalítica, paciente y terapeuta se reúnen para hablar. Freud defi nió 
la terapia psicoanalítica como la «cura por la palabra», expresión que 
en inglés (talking cure) ha adquirido gran popularidad. En las primeras 
sesiones, los psicoanalistas solemos explicar al paciente que es muy importante que hable de lo que le pase por la cabeza y que intente prescindir de si lo que dice quedará bien o mal, o de si puede parece absurdo o 
no. Freud fue el primero en servirse de este sistema, que bautizó con la 
expresión «asociar libremente». 
Yo, particularmente, suelo insistirle al paciente sobre la libertad de 
comentarme si se siente entendido por mí o no. Me gusta añadir que 
la cuestión de poder expresarse libremente es más fácil de decir que de 
poner en práctica y que, en todo caso, conseguirlo dependerá en gran 
medida del clima que seamos capaces de crear entre nosotros. Comen-MUESTRA EDITORIAL
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1 .   P A R A   S I T U A R   A L   L E C T O R   A N T E S   D E   E M P E Z A R
to que nuestro objetivo es precisamente conseguir crear un tipo de atmósfera donde el paciente pueda expresar lo que siente con la máxima 
libertad. También digo que para poder entender mejor sus síntomas, 
es decir, su sufrimiento emocional, necesitaremos acceder a sensaciones que tal vez le hayan pasado desapercibidas durante su vida y que 
ir tirando del hilo de las cosas que se le van ocurriendo libremente es 
el único modo de llegar a los sentimientos que por algún motivo han 
quedado aparcados.
Dado que los cambios en nuestra forma de reaccionar emocionalmente se producen con lentitud, la psicoterapia requiere de un trabajo a 
largo plazo que debe ser continuado en el tiempo. Una terapia suele durar varios años y suele constar de una o más sesiones semanales. Se organizan unos horarios fi jos que se repiten cada semana, de modo que se 
establece una regularidad y continuidad que no serían posibles si cada 
semana se improvisara un nuevo horario. La cuestión de la continuidad 
es muy importante: para embarcarse a explorar determinadas profundidades emocionales se requiere una compañía confi able y cierta garantía 
de que esta compañía estará disponible de forma estable y continuada.
En las primeras sesiones se valora cuál será la frecuencia de visita adecuada para cada paciente. La frecuencia oscila entre una sesión semanal 
y una diaria. Por lo general, los psicoanalistas preferimos trabajar con 
un número mayor de sesiones, aunque las limitaciones económicas y la 
disponibilidad no siempre lo permiten y muchas terapias sólo cuentan 
con una sesión a la semana. También hay pacientes que sienten una especie de claustrofobia al hecho de acudir con tanta frecuencia a terapia. 
Tienen la sensación de que si vienen, por ejemplo, tres veces por semana, no tendrán nada nuevo que contar. En estos casos yo suelo explicar 
que con la terapia sucede lo mismo que con los amigos y conocidos: la 
comunicación es más fl uida con las personas que se ven más a menudo 
que con las que tan solo se ven una vez al año. 
Dicho esto, lo cierto es que cada persona es distinta y de lo que se trata es de encontrar una frecuencia que resulte cómoda para ella. Para dar 
un dato, la mayoría de mis pacientes vienen un par de veces a la semana, 
mientras que en casos de alto nivel de sufrimiento emocional suele ser 
muy útil una frecuencia de tres o cuatro sesiones semanales. Cabe decir 
que también tengo pacientes que sólo vienen una vez por semana, ya sea 
por motivos económicos o bien porque empezamos así y luego resulta 
difícil cambiar la dinámica. Establecer un paralelismo entre el grado de 
profundidad de la terapia y la frecuencia de las sesiones sería absurdo, MUESTRA EDITORIAL
L A   C O N E X I Ó N   E M O C I O N A L
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pues hay pacientes que llegan a un alto nivel de profundidad con una 
sola sesión semanal. Antes se hacía una distinción entre psicoanálisis 
y psicoterapia psicoanalítica, considerando que el psicoanálisis es más 
profundo y que precisa de un mínimo de tres o cuatro sesiones semanales. A mí me parece una distinción cuanto menos artifi cial. De hecho, a 
lo largo de estas páginas utilizaré los términos psicoanálisis/psicoterapia 
y psicoanalista/psicoterapeuta de forma indistinta.
Un paciente que haga una psicoterapia puede o no medicarse simultáneamente. Si el psicoterapeuta es médico puede encargarse él mismo 
de ambas cosas. Si el terapeuta es psicólogo, quien suele encargarse de la 
medicación es un médico. En estos casos es siempre conveniente que el 
médico y el psicólogo tengan una forma similar de ver las cosas para no 
dar informaciones contradictorias al paciente. A veces, el terapeuta puede llegar a decir que la medicación es como una anestesia que interfi ere 
en la psicoterapia, y otras veces es el médico quien descalifi ca la terapia 
afi rmando que tratar los síntomas mediante la palabra es tan inefi caz 
como tratar a un diabético sin insulina. Estas contradicciones pueden 
suscitar mucha confusión e inseguridad en el paciente. Yo suelo explicar 
a mis pacientes que necesitan medicación que me he especializado en 
psicoterapia y que no estoy muy al día en el ámbito de la psicofarmacología actual. Por ello prefi ero dirigirlos a algún colega de confi anza.
Para terminar, un par de palabras sobre la cuestión del diván. La 
imagen generalizada del psicoanálisis suele ir asociada al diván. Clásicamente, se consideraba que los niveles de profundidad que perseguía una 
terapia psicoanalítica requerían la utilización del diván y una frecuencia 
de cuatro o cinco sesiones semanales. En cambio, se creía que en una 
psicoterapia, por el hecho de ser más superfi cial, el cara a cara y una 
frecuencia de una o dos sesiones semanales ya bastaba. Según mi experiencia, esta distinción no encaja con lo que sucede en la práctica. Para 
ciertas personas, el diván presenta la ventaja de evitarles la sensación 
de que alguien las está observando mientras hablan y, en consecuencia, se sienten más capaces de asociar libremente sus pensamientos. En 
cambio, hay otras personas a quienes el hecho de no mirar a la cara a 
su interlocutor les resulta incómodo y sienten que lo natural es sentarse 
en un sillón. Tras contar esta idea a mis pacientes, dejo que sean ellos 
quienes decidan. También les ofrezco la posibilidad de probar las dos 
formas para ver cuál les permite más libertad para explorar sus sentimientos. A bote pronto, diría que la proporción de mis pacientes cara a 
cara y de diván ronda el cincuenta por ciento, sin que ello tenga nada MUESTRA EDITORIAL
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1 .   P A R A   S I T U A R   A L   L E C T O R   A N T E S   D E   E M P E Z A R
que ver con la frecuencia ni el grado de profundidad al que llegamos 
con nuestro trabajo.
¿Qué busca un paciente cuando acude a terapia?
En general, cuando una persona toma la decisión de pedir ayuda es porque lo está pasando muy mal. Pedir ayuda a un desconocido no es fácil, 
y menos teniendo en cuenta que con ese desconocido tendrá que compartir cosas que probablemente nunca ha confi ado a nadie. Así pues, 
rara vez se da el paso antes de que el sufrimiento emocional sea notable. 
Desafortunadamente, a pie de calle se tiene una visión muy folcló-
rica de lo que es una psicoterapia psicoanalítica y, en general, no se la 
considera como un recurso útil y práctico para combatir con efi cacia el 
dolor mental. Por ello, las personas que acuden a una psicoterapia suelen conocer a alguien que ha pasado por este proceso y está satisfecho de su experiencia. El boca a boca suele ser el mecanismo de difusión por 
excelencia. En mi caso, por ejemplo, probablemente más de la mitad 
de pacientes que me llegan lo hacen gracias a la recomendación de mis 
expacientes. 
Por lo general, los psicoanalistas hemos vivido tan aislados que la 
imagen que proyectamos al exterior es bastante sectaria. Además hemos 
evolucionado poco y no hemos sabido explicar la utilidad práctica de la 
psicoterapia. Espero que este libro pueda aportar un granito de arena en la tarea de dar a conocer cómo, en los humanos, las relaciones que 
vivimos desde niños marcan nuestra forma de ser y cómo la relación 
psicoterapéutica en concreto puede ayudarnos a cambiarla.
El sufrimiento emocional puede tomar formas infi nitas: desde el 
miedo (a ir a trabajar, a relacionarse con ciertas personas, a que suceda 
una desgracia que parece inminente, etc.) a la falta de fuerza para vivir 
(cansancio y desmotivación que causa que cualquier acción cotidiana 
requiera un esfuerzo sobrehumano). En estos dos ejemplos, ambos sentimientos, de miedo y de estar desvitalizado, derivan de un problema en 
la regulación de las emociones. 
En efecto, las personas muy angustiadas no tienen la capacidad de 
autorregular su miedo, son como un calentador sin termostato que calienta el agua sin cesar hasta que la falta de control de la temperatura termina por estropear el propio calentador. En el segundo ejemplo, 
sucede lo contrario: el termostato funciona con demasiada rapidez y apaga el calentador mucho antes de que el agua llegue a calentarse. Las 
personas deprimidas sin deseo de vivir bloquean de forma masiva un 
conjunto de emociones: se produce un bloqueo masivo del sentimiento 
de esperanza (el futuro se enmarca en un escenario donde sólo pueden 
suceder cosas negativas), de la iniciativa (se anticipa que cualquier acto 
que se emprenda no llevará a ninguna parte) y, lo que tal vez es más 
importante, del placer en el propio funcionamiento. 
De modo que una primera respuesta a la pregunta que encabeza 
este apartado sería la siguiente: el paciente acude a terapia para buscar 
una forma más efi caz de regular sus emociones, es decir, de controlar 
las emociones negativas como el miedo y de desbloquear las emociones 
positivas como el sentimiento de placer en el propio funcionamiento.
Una primera característica que debe subrayarse es que la regulación 
de las propias emociones dependerá en gran medida de las convicciones emocionales que hayamos ido forjando en el transcurso de nuestra 
vida. Consideremos, por ejemplo, un miedo concreto como puede ser 
el miedo a tener un tumor cerebral: si nuestra convicción emocional 
es que nuestra persona es muy frágil, que está siempre a punto de «explotar», y que, por otra parte, el mundo es hostil y siempre nos expone 
a situaciones que no podremos resistir, entonces nuestra capacidad de 
autorregular este miedo al cáncer será muy limitada. En cambio, si a lo 
largo de nuestra vida hemos ido acumulando la convicción de que las 
cosas suelen salir bien y que raramente las situaciones sobrepasan los 
límites tolerables, entonces, aunque una persona cercana muera de un 
tumor cerebral, podremos pensar que las posibilidades de que nos ocurra a nosotros son reducidas. De esta forma el miedo quedará regulado 
dentro de unos límites razonables. 
La regulación efi ciente del miedo no consiste en eliminarlo, sino en 
mantenerlo a unos niveles tolerables que no interfi eran en nuestra capacidad de disfrutar de los aspectos positivos de la vida. Volvamos al ejemplo de la persona que no se puede quitar de la cabeza la convicción de 
tener un tumor en la cabeza, valga la redundancia. Según mi experiencia, este convencimiento suele ser un indicador de que el paciente tiene 
una creencia profunda, más o menos inconsciente, de que su persona no 
está preparada para resistir los reveses de la vida tanto a nivel psíquico 
como físico. En estos casos, los razonamientos racionales apenas ayudan. Por ejemplo, los resultados normales de un TAC craneal tendrán 
un efecto tranquilizador muy pasajero, ya que probablemente este miedo al cáncer es la forma en que se concreta o materializa un miedo más 
general y más inconsciente de no estar preparado para afrontar la vida. 
Así, se vive bajo la amenaza de no poder resistir, de acabar «explotando».
En consecuencia, la autorregulación de las emociones va ligada en gran 
medida a las convicciones que tenemos, con frecuencia no muy conscientes, sobre cómo funciona el mundo y sobre qué podemos esperar o anticipar de este funcionamiento del mundo. A su vez, lo que podemos esperar 
del mundo va muy ligado a la imagen que nos hemos ido formando de 
nosotros mismos (nuestro sentimiento de sí y lo que podemos esperar 
de nosotros mismos) y a la imagen que nos hemos formado de otros, es 
decir, de lo que se puede esperar de otros. Tal vez cabe añadir que el sentimiento que uno tiene de sí mismo depende en gran medida de lo que 
uno anticipa de cómo los otros lo valorarán; podríamos decir que nuestra 
autoestima depende de cómo nos sentimos queridos por otros. Por lo 
tanto, siguiendo con la respuesta de qué busca un paciente cuando acude 
a terapia, podríamos decir que viene para que lo ayudemos a cambiar 
el sentimiento que tiene de sí mismo, de cómo son los otros y de cómo 
pueden llegar a ser las relaciones con los otros y con el mundo en general.
Un ejemplo práctico me ayudará a explicar mejor lo que quiero decir 
con la frase de que una psicoterapia sirve para buscar formas efi caces de 
regular las propias emociones y para cambiar las convicciones que tenemos sobre nosotros mismos y sobre lo que podemos esperar de los otros.
Cómo podemos entender a alguien que vive con 
el convencimiento de tener un tumor cerebral 
y cómo lo podemos ayudar a cambiar
Pedro tenía 18 años cuando me vino a ver por primera vez. Un día Pedro tenía 18 años cuando me vino a ver por primera vez. Un día, unas 
semanas antes de nuestra primera entrevista, en una conversación con los 
amigos oyó hablar de un chico que acababa de morir a causa de un tumor 
cerebral. Era un chico al que Pedro conocía lejanamente, quizá tan sólo 
lo había visto un par de veces. Cuando Pedro oyó aquella trágica noticia 
se sintió conmovido, como seguramente a todos nosotros nos ha pasado en 
alguna ocasión semejante.
Es posible que los humanos seamos la única especie animal que tenemos conciencia de la muerte, es decir, somos los únicos que ya desde pequeños (parece que a partir de los 8 años) sabemos que moriremos. Con 
todo, esta conciencia al principio es bastante débil y probablemente es MUESTRA EDITORIAL
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bueno que así sea. Los niños y los jóvenes, cuando oyen hablar de una 
muerte por accidente o por enfermedad, suelen pensar que eso solo les 
pasa a los demás, por ello las campañas publicitarias de prevención de 
accidentes de tráfi co suelen incidir en el punto de acercar a los jóvenes 
a la toma de conciencia de que ellos también son vulnerables. A medida 
que nos hacemos mayores, quizás a partir de los cincuenta años o, en su 
caso, a partir de la primera enfermedad algo grave, la conciencia de que 
moriremos se va haciendo más presente en nuestra mente.
Lo que Pedro no podía imaginar es que esa noticia aparentemente poco 
trascendente cambiaría su vida de forma dramática. En efecto, pocas semanas después de aquella conversación sobre la muerte de aquel conocido, 
cuando en apariencia ya lo había olvidado por completo, empezó a despertarse aterrado a media noche con la duda de si él mismo estaba muerto. 
Poco a poco fue creciendo en él la convicción de que un tumor cerebral 
lo mataría de forma inminente, y por las noches, en la cama, mientras 
intentaba  conciliar  el  sueño,  no  podía  quitarse  de  la  cabeza  la  idea  de 
que al día siguiente ya no se levantaría. Pedro era el primer sorprendido 
de que la muerte de aquel conocido tan lejano lo hubiera afectado tanto. 
Racionalmente sabía que no había indicios razonables de que algo no funcionara correctamente en su cerebro. El único rasgo sintomático eran ciertas 
sensaciones de mareo. Tras un par de semanas aterradoras, con muchísima 
vergüenza, sabedor de la irracionalidad de su convicción y con el miedo de 
ser visto como un loco, contó sus terrores a su madre.
Como iremos viendo en este libro, la vergüenza es una de las emociones más potentes en la determinación del comportamiento de los 
humanos. De momento me interesa resaltar que, como señaló Rosa 
Velasco,
1
 mi mujer y colega, cuando la vergüenza está mal autorregulada puede convertirse en un potente inhibidor de la iniciativa. ¿Quién no 
ha vivido en alguna ocasión la experiencia de no poder hacer algo muy 
deseado por vergüenza? En casos extremos la vergüenza es tan masiva 
e intolerable que la persona no la puede integrar, es decir, no tiene la 
capacidad de darse cuenta y ser consciente de que tiene esta sensación. 
En terminología psicoanalítica, decimos que los afectos pueden ser 
«disociados» o «no formulados»; con ello queremos decir que cuando un 
1. Velasco, R. (2002). «El sentimiento de sí: estudio de la subjetividad». Intercambios: papeles de 
psicoanálisis, vol. 8 (se puede acceder a través de www.intercanvis.es).MUESTRA EDITORIAL
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1 .   P A R A   S I T U A R   A L   L E C T O R   A N T E S   D E   E M P E Z A R
afecto es extremadamente insoportable intentamos disociarlo, en otras 
palabras, intentamos actuar como si no existiera. En otras ocasiones el 
sentimiento es tan horrible y confuso que no acaba de tomar forma y 
en estos casos no podemos llegar a experimentar, y mucho menos a 
expresar en palabras, lo que sentimos. A lo largo de todo este libro 
desarrollaré la idea de que la conexión emocional, es decir, la actitud 
empática del entorno, es lo que determina qué podemos llegar a sentir 
y qué es lo que quedará fuera de nuestra experiencia emocional. Seguiremos con la historia de Pedro, que nos ayudará a irnos familiarizando 
con esta temática.
Afortunadamente, la vergüenza que Pedro sentía por todo lo que le estaba pasando no era tan masiva e intolerable como para impedirle hablarlo 
con su madre. Otra persona en una situación más grave no hubiera podido 
percibir la vergüenza y sólo habría notado el impulso de huir y refugiarse, 
por ejemplo, en el consumo de drogas. 
Pero Pedro había reunido sufi cientes recursos durante su vida como 
para no necesitar huir de su vergüenza y para anticipar que su madre lo 
escucharía con respeto y se esforzaría para entenderlo y ayudarle. Aunque 
con inquietud y confusión, Pedro podía anticipar que su madre no se desbordaría, es decir, a partir de las experiencias previas que había tenido 
con su madre, Pedro podía anticipar que ésta no complicaría más las cosas. 
Y, efectivamente, la madre le escuchó, no se desbordó, pudo transmitirle 
calma diciéndole que la obsesión de tener un cáncer era algo relativamente 
frecuente y que pedirían ayuda a un profesional. Para Pedro, ver cómo su 
madre no perdía la calma, y lo que es más importante, oírle decir que hay 
más gente con la misma sensación (y que por tanto él no era la única persona en el mundo en esa situación) fue bastante tranquilizador.
He aquí un ejemplo de cómo una relación, en este caso con la madre, puede ser un regulador del miedo muy efi caz. Dejando aparte el 
contenido de lo que la madre le dijo, el simple hecho de que Pedro no 
la vio demasiado asustada, sino que se mostró totalmente solidaria a su 
lado y con iniciativa (pedir ayuda a un profesional), o quizás, dicho aún 
más simplemente, el hecho de que Pedro viera que lo que le pasaba no 
era tan terrible como para no poder compartirlo, tuvo un potente efecto 
amortiguador y regulador de su angustia.
Los humanos estamos genéticamente diseñados para regular nuestras emociones mediante las relaciones. Como veremos en el transcurso MUESTRA EDITORIAL
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del libro, nuestra constitución, que viene determinada por nuestros genes, nos convierte en seres enormemente sensibles a las reacciones con 
los demás. Es increíble cómo, desde niños, más concretamente desde los 
primeros días de nuestra existencia, sabemos «leer» información a partir 
de los gestos y actos de quienes nos rodean. Este es uno de los temas 
centrales sobre los que me ocuparé: intentaré describir y ejemplifi car la 
altísima capacidad que tenemos los humanos de «leer» la mente de los 
demás y de poder, por tanto, anticipar sus respuestas. También describiré la altísima capacidad que tenemos de utilizar esa información para 
regular nuestras emociones. 
Como decía antes, Pedro sabía, aunque de manera confusa y poco 
consciente, que la reacción de su madre no iba a potenciar su vergüenza. Nos encontramos de nuevo con otro buen ejemplo de cómo 
la relación con la madre es un potente regulador de un afecto, en 
este caso, de la vergüenza. Si Pedro hubiera anticipado, aunque sin 
pensarlo conscientemente, que la madre podía reaccionar con un 
«¡Pero qué dices! ¿Acaso te estás volviendo loco? ¡No tenemos sufi -
cientes problemas de verdad como para que ahora tú te inventes uno 
nuevo!», entonces no hay duda de que el sentimiento de vergüenza 
de Pedro se habría vuelto tan abrumador e insoportable que la iniciativa de hablar con ella hubiera quedado bloqueada. Es decir, esta 
posibilidad habría quedado «no formulada» y Pedro, en tal situación 
hipotética, no habría sido consciente de que una vergüenza abrumadora lo estaba bloqueando, de forma que habría seguido luchando a solas con sus terrores, sin ni siquiera considerar la posibilidad 
de compartirlos con nadie. Afortunadamente, este no fue el caso.
Primero me vino a ver a su madre, seguramente era una forma de 
abrirle paso a su hijo y de explorar también cómo era yo: si inspiraba con-
fi anza y si podía animar a su hijo a confi ar en mí. Me contó los hechos 
ya mencionados: la muerte de aquel conocido tan lejano y el nacimiento 
progresivo de aquella obsesión terrorífi ca de que a él le pasaría lo mismo. 
Añadió que el padre de Pedro murió cuando él tenía tan sólo cuatro años. 
Ahora, ante aquel derrumbe tan catastrófi co de Pedro, la madre se planteaba por primera vez que quizá la muerte de su padre le había afectado 
de una forma hasta entonces insospechada. Me decía que quizá ella no lo 
había hecho del todo bien, que quizás lo debería haber consultado antes y 
que tal vez la tranquilidad que Pedro siempre había mostrado desde pequeño era sólo fi cticia. Pude tranquilizarla diciéndole que lo importante era que Pedro, en 
una situación tan confusa y difícil para él, había podido recurrir a ella. 
Afortunadamente, le dije, el vínculo entre los dos era lo sufi cientemente saludable como para permitir que Pedro pudiera pedirle ayuda. Añadí que a 
otros adolescentes que no disponen de vínculos seguros a la hora de afrontar 
situaciones difíciles no les queda más remedio que tener que recurrir a otras 
salidas mucho más improvisadas y a menudo autodestructivas. Enseguida 
me di cuenta de que este comentario la tranquilizó. Mucho más relajada, 
continuó: «Pedro siempre ha sido poco comunicativo, pero me habría extra-
ñado mucho que en una situación así no me hubiera dicho nada». «Pues se 
debe felicitar de eso», le respondí.
La equivocación de atribuir la culpa a alguien siempre que surge 
algún problema grave es muy frecuente. Pero, en realidad, que surjan 
problemas no debería extrañarnos. Hay una frase atribuida a Confucio 
que me encanta y que más o menos viene a decir lo siguiente: «No podemos pretender no caer nunca, lo que sí debemos pretender es levantarnos cada vez que caemos.» En el caso de Pedro no podíamos pretender 
que la muerte de su padre cuando él era un niño resultara inocua, en 
cambio, lo que sí podíamos pretender es que en el momento en que la 
difi cultad surgiera, ésta pudiera ser afrontada.
La madre de Pedro había hecho su trabajo. Había creado un clima 
de confi anza hasta donde había sido capaz. Por eso su hijo le había 
podido pedir ayuda. Ahora me tocaba a mí. Allí donde Pedro no había 
podido llegar con sus relaciones anteriores, era necesario que pudiera 
llegar conmigo. Dicho de otro modo: Pedro y yo necesitábamos crear 
una relación donde él pudiera llegar a sentir y pensar lo que no le había 
sido posible en las relaciones previas. Para mí, éste es el rasgo esencial 
de cualquier terapia: que el paciente pueda sentir aquellos sentimientos 
a los que no ha tenido acceso anteriormente.
La muerte de su padre, cuando Pedro tenía cuatro años, probablemente 
fue una catástrofe. Pero él no había tomado conciencia de ello. Apenas guardaba algún recuerdo. Toda su memoria era de un mundo sin padre, por tanto, 
no había conciencia de pérdida. Su madre, al quedarse sola, impulsada por la 
necesidad de alimentar a sus tres hijos (Pedro era el segundo de tres hermanos), 
tuvo que empezar a desarrollar una profesión. Fueron épocas muy duras: la 
madre trabajaba incluso los fi nes de semana pero por suerte los abuelos maternos la ayudaron mucho. Pedro tuvo una excelente relación con su abuelo.MUESTRA EDITORIAL
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–Por lo que cuentas, tu abuelo te hizo de padre –le dije yo en una de las 
primeras entrevistas.
–No lo había pensado nunca así –contestó con una expresión de interés 
y curiosidad–. Es extraño, parece una idea obvia, pero hasta hoy nunca lo 
había pensado así.
Pero no, no era nada extraño. Enseguida, a lo largo de nuestras conversaciones vimos claro que en su casa nadie hablaba nunca de su padre. 
No había fotos, nunca surgía ningún comentario de si su padre era de esta 
manera o de la otra. Con mucha vergüenza, Pedro empezó a atar cabos: su 
padre murió de una enfermedad hepática, probablemente era alcohólico y 
nadie hablaba de él porque nadie tenía nada bueno que decir. En la familia de Pedro había una ley no escrita, nunca expresada de manera explícita 
por nadie, pero que todo el mundo «sabía» a la perfección: «no preguntarás 
nunca por el padre».
En el tercer capítulo hablaremos con más calma de las leyes implícitas que circulan en las familias sin llegar nunca a hacerse explícitas. No 
era pues extraño que ese tabú implícito familiar no hubiera permitido 
a Pedro preguntarse si había echado de menos a su padre o si su abuelo 
había adoptado el rol de fi gura paterna. 
Este es un buen ejemplo de la clase de inconsciente que, según mi 
experiencia, resulta útil trabajar en psicoterapia. Se trata de un inconsciente que tiene muy poco que ver con la idea que normalmente se 
tiene del inconsciente psicoanalítico: el inconsciente lleno de fuerzas 
oscuras, el de los deseos incestuosos hacia la madre y asesinos hacia el 
padre. 
He observado a menudo que cuando en un diario de información 
general aparecen los adjetivos «psicoanalítico» o «freudiano», indefectiblemente hacen referencia a ese tipo de fuerzas oscuras: en las páginas de política se habla de que en tal partido político se ha puesto en 
marcha el «proceso freudiano» de matar al padre (en otras palabras, 
que el presidente del partido empieza a ser criticado por los líderes más 
jóvenes que lo quieren sustituir) y en las páginas de crítica de cine se 
habla de una película «muy psicoanalítica» cuando el protagonista es 
un voyeur que tiene una fi jación en las ligas de mujer, un complemento que lo excita desde niño, desde que espiaba a su madre mientras se 
cambiaba. 
En cambio, el inconsciente que es relevante en la vida real, aquel 
que intentamos modifi car mediante la psicoterapia, es el inconsciente MUESTRA EDITORIAL
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formado por las reglas implícitas que hemos ido reuniendo a partir de 
nuestras relaciones signifi cativas. En el tercer capítulo, veremos cómo 
un grupo de psicoanalistas e investigadores en primera infancia, el Grupo de Boston para el estudio del cambio psíquico, denominan este concepto con la expresión de Conocimiento Relacional Implícito.
El abuelo de Pedro había muerto pocas semanas antes de que comenzaran sus angustias hipocondríacas. Poco a poco se evidenció que esta muerte 
también había tenido en él un efecto mucho mayor al que Pedro y el resto 
de su familia pudieran imaginar. Progresivamente, Pedro tomó conciencia 
de que tras la imagen aparente que su madre desprendía, una imagen de 
mujer efi ciente y pragmática, había una mujer muy frágil, muy disgustada 
por la vida, que huía precariamente de su pasado traumático. Poco a poco 
Pedro se empezó a hacer preguntas: ¿Tal vez su madre se apoyaba más en él 
de lo que jamás habría imaginado? ¿Acaso no era cierto que desde niño lo 
había tratado como el «hermano inteligente» que debía echar una mano a 
sus hermanos con problemas escolares?
He aquí pues otra forma de ilustrar lo que buscaba Pedro cuando 
vino a psicoterapia: encontrar un espacio, es decir, una relación, donde 
pudiera preguntarse lo que jamás se había preguntado. En parte porque 
en su familia imperaba la consigna implícita de no hacerse determinadas preguntas y en parte también porque eran preguntas muy duras y 
dolorosas que requerían de una compañía consistente en la que poder 
confi ar.
A medida que Pedro y yo nos íbamos planteando nuevas preguntas, se 
nos abrían nuevas hipótesis que investigar. Poco a poco, Pedro empezó a vislumbrar una vaga sensación de desamparo que le había estado acompañando toda la vida. Aunque aún no tenía acceso al sentimiento de pérdida de 
su padre, ya empezó a tomar conciencia del recuerdo que tenía de cuando, 
a los diez u once años, solía ir a hacer los deberes a casa de un compañero. 
Aunque tal vez no lo había pensado nunca con estas palabras, al recordarlo, 
podía identifi car una cierta sensación de envidia hacia su compañero: en 
aquel hogar había una atmósfera de seguridad y protección de la que Pedro 
no podía disfrutar en su casa. Poco después apareció un recuerdo que había 
quedado fuera de su mente hasta el momento: Pedro había «jugado» a imaginar que su madre moría en un accidente y los padres de aquel amigo del 
colegio decidían adoptarlo. Con cierta sorpresa, constató que se trataba de MUESTRA EDITORIAL
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un «juego» reconfortante e incluso agradable, quizá porque el acento recaía 
más en la idea de entrar a formar parte de aquel mundo tan protector que 
en la pérdida de su madre.
Mi interés y mi compañía pudieron permitirle a Pedro evocar recuerdos que en otras circunstancias hubieran quedado sepultados por 
el olvido. Probablemente me veía a mí tan convencido de que aquellas 
investigaciones serían útiles, que les fue perdiendo el miedo. Era justo lo 
contrario de lo que siempre había vivido en su casa, donde, sin palabras, 
se transmitía que todo aquello que tuviera relación alguna con la ausencia del padre era tabú. A medida que Pedro empezó a poder sentir de 
forma clara sus sentimientos de desprotección, entendió también que la 
muerte de su abuelo materno, unas semanas antes de la aparición de su 
síntoma hipocondríaco, había agravado de forma franca aquellas vagas 
sensaciones de desamparo, inseguridad, peligro y amenaza. Progresivamente, comenzó también a intuir vagamente que los miedos de morir 
mientras dormía eran la forma en que aquellas sensaciones difusas de 
amenaza se materializaban.
Pedro, por lo tanto, comenzó a tomar conciencia del sentimiento que 
tenía de sí mismo: un sentimiento de ser alguien muy desvalido y desamparado. Hasta entonces, aquel sentimiento había existido, pero en 
cambio, no podía ser ni sentido ni pensado porque en su familia se daba 
por hecho que la única forma de afrontar aquellas vivencias de desprotección era simular que no existían. Poco a poco, la psicoterapia ayudó a 
Pedro a cambiar estas convicciones emocionales. A medida que, gracias 
a nuestras conversaciones, podía sentir más claramente las sensaciones 
de desamparo, también podía empezar a intuir que aquel sentimiento 
tan grande de indefensión era la causa de su pánico a que un tumor cerebral lo matara o, dicho de otro modo, que su angustia hipocondríaca 
era la materialización de su sentimiento de ser alguien muy desvalido 
ante el peligro. Tomar conciencia de aquel sentimiento de sí mismo era 
el primer paso para poder modifi carlo. Poder sentirse tan frágil sin huir 
de este sentimiento ya era una primera muestra de que era más fuerte 
de lo que pensaba.
Por otra parte, aprendió que podía utilizar su relación conmigo para 
conectar con los sentimientos que hasta entonces había tenido prohibidos. Empezó así a cambiar la idea que se había creado sobre los otros. Su 
historia familiar lo había llevado al convencimiento de que las relaciones servían para negar o evitar los sentimientos de vulnerabilidad. Tal en buenas manos.
Una noche Pedro tuvo un sueño muy impactante. Él era un niño, llevaba pantalón corto y paseaba de la mano de un hombre. No lograba distinguir el rostro del hombre; era alguien bastante más alto y, por sus dimensiones, su cabeza quedaba fuera del campo visual de Pedro. En cambio, sí 
recordaba que la mano del hombre del sueño era muy grande y de tacto 
calloso, una mano de hombre trabajador que envolvía su manita de forma 
reconfortante. Paseaban por un paisaje misterioso, entre espectaculares crá-
teres lunares. Sentía una mezcla de miedo y de emoción aventurera, una 
fusión muy agradable, como si estuviera aprendiendo a moverse por un 
mundo nuevo. Pedro tenía el convencimiento de que el hombre del sueño 
me representaba a mí: esa sensación de emoción con un punto de miedo le 
recordaba mucho a las sensaciones que experimentaba cuando durante la 
sesión se emocionaba al recordar escenas de su infancia. Le pregunté por 
la mano del hombre: ¿El tacto calloso le recordaba a alguien? Sus ojos se 
humedecieron... le vino el recuerdo de las manos grandes y ásperas de su 
abuelo.
como veremos en el siguiente sueño, la relación conmigo le sirvió para M 


poder vivir a fondo, por primera vez en la vida, su necesidad de sentirse 



ACERC A DEL AU TOR
Ramon Riera Alibés, médico psiquiatra y psicoanalista, trabaja desde 
hace treinta años atendiendo en psicoterapia a pacientes con problemas 
psicológicos. Empezó como psiquiatra infantil: realización de la especialidad de psiquiatría en el servicio de psiquiatría infantil del hospital 
Vall d’Hebron de Barcelona (1977-1978), psiquiatra de las escuelas especiales del Ayuntamiento de Barcelona (1979-1983 ) y médico adjunto 
del servicio de psiquiatría infantil del hospital Sant Joan de Déu de 
Barcelona (1984-1988). Durante estos años fue miembro de la junta 
directiva de la Sociedad Catalana de Psiquiatría Infantil de la Academia 
de Ciencias Médicas de Cataluña y, conjuntamente con los periodistas 
Enric Frigola y Matilde Almendros, realizó un programa semanal de 
divulgación de temas de psicología infantil titulado Escuela de padres en 
Radio-4. A partir de 1989 se dedicó a la práctica privada de la psicoterapia con pacientes adultos.
Durante los años noventa, el Dr. Riera empezó a conectar con psicoanalistas de otros países, especialmente de Estados Unidos, que han 
aportado potentes innovaciones en las formas clásicas del psicoanálisis de entender el funcionamiento humano. Su relación con los llamados autores intersubjetivos (Robert Stolorow de Los Ángeles y George 
Atwood y Donna Orange, ambos de Nueva York), Joe Lichtenberg, 
de Washington, autor que revolucionó la comprensión de los sistemas 
motivacionales de los humanos, Malcolm Slavin, de Boston, quien ha 
aplicado los descubrimientos de la biología de la evolución en la comprensión de las relaciones humanas, y Karlen Lyons-Ruth, profesora 
de la Universidad de Harvard e investigadora empírica de los antecedentes relacionales infantiles de la psicopatología adulta, ha tenido una 
especial infl uencia en el desarrollo teórico del Dr. Riera. Todos estos 
distinguidos investigadores del psicoanálisis contemporáneo han sido 
invitados por el Dr. Riera a impartir seminarios en Barcelona, y el lector 
podrá encontrar muchas de sus enseñanzas en este libro, explicadas de 
forma práctica y comprensible.
Durante la última década, el Dr. Riera se ha ido centrando en el estudio, investigación y difusión de dos innovadoras perspectivas psicoanalíticas que surgen en Estados Unidos: la psicología psicoanalítica del 
self y el psicoanálisis relacional. En la actualidad ocupa cargos directivos 
en las dos sociedades internacionales que dan apoyo a estas tendencias. 
El Dr. Riera es miembro del International Council de la International 
Association for Psychoanalytic Self Psychology (IAPSP), del Advisory 
Board de la International Association for Relational Psychoanalysis 
& Psychotherapy (IARPP) y presidente de honor de IARPP-España. 
Como docente, el Dr. Riera es profesor del Máster de Psicoterapia Relacional y coordinador de distintos grupos de estudio sobre psicoanálisis 
relacional.
En su labor de investigación y difusión de las nuevas perspectivas 
del psicoanálisis contemporáneo, el Dr. Riera forma parte del consejo 
editor de las prestigiosas revistas psicoanalíticas Aperturas Psicoanalí-
ticas e Investigación y Clínica Relacional, y es internacional editor  del 
International Journal of Psychoanalytic Self Psychology. En un nivel más 
divulgativo ha realizado, conjuntamente con su colega, el Dr. Roger Ferrer, y con el periodista Xavier Graset, el programa de Catalunya Ràdio 
titulado Psicopatología de la vida cotidiana.